Nuestra obsesión por el tiempo es sabida desde hace siglos. El tiempo es medido, fraccionado y estandarizado para sincronizar a la humanidad. Artilugios de todo tipo han surgido para llevar a cabo esta tarea. Desde el rudimentario reloj de sol hasta el puntero reloj atómico, pasando por los de arena, cuerda y cuarzo.
Las cotas de obsesión por el tiempo en nuestra era se han disparado como si “malgastarlo” fuese casi un pecado. La productividad manda, hay que hacer más en menos tiempo y con el tiempo ahorrado hacer más. Pero los dictados sociales mandan hacer aún más, debemos dedicar tiempo al ocio y compartirlo en redes. Llegamos a tal extremo que no disponer de tiempo es símbolo de estatus social.
Nos quedamos sin tiempo e intentamos agarrarlo de manera fútil, como una dictadura de las agujas de ese reloj al que rendimos pleitesía. Somos esclavos de nuestro tiempo.